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La Corona de los Andes: de Popayán para el mundo

Foto: Met

La historia de una corona que se inició en Popayán en el siglo XVI y terminó en el museo metropolitano de Nueva York.

Por Germán Pino Arboleda

Por los años 1500 se dice que Popayán estuvo azotada por una peste, en la que se perdieron incontables vidas. Así que sus sobrevivientes en agradecimiento a la matrona de la ciudad, la inmaculada concepción, mandaron a hacer una corona por haber salvado sus vidas.

Esta corona hecha en oro macizo y con aproximadamente 350 esmeraldas a su alrededor teje una gran leyenda que hoy en día es un total misterio. Se dice que una de sus esmeraldas fue entregada por el inca Atahualpa al conquistador Francisco de Pizarro, las demás fueron extraídas de las minas de Muzo.

Para el siglo XVIII, la cofradía que estaba encargada del cuidado de las joyas que adornaban a la virgen estaba a cargo de los sacerdotes Manuel Ventura Hurtado y Lorenzo de Mosquera. Sin embargo, al retirarse este último, Hurtado se hace cargo de la cofradía hasta su muerte en 1807.

Al momento de realizar su testamento, sus sobrinos Nicolás Hurtado Arboleda y Manuel José Barona Hurtado heredan el cuidado de la cofradía. Ellos deben evitar que las joyas caigan en manos de los ejércitos, bien sea el realista o el patriota durante la independencia. Al final, Nicolás es el que termina cuidándola y quien hereda los derechos de la cofradía a su hijo Vicente.

Vicente, quien no tiene hijos, se traslada a Francia en donde muere. No obstante, antes de eso, delega el cuidado de estas valiosísimas alhajas a su sobrino Tomás Olano Hurtado, hijo de su hermana Liboria y del abogado y educador Antonino Olano Olave.

En 1914, Olano Hurtado envía una petición al papa Pio X para que le autorizara la venta de la corona que por siglos había custodiado su familia. El sumo pontífice autoriza la venta, pero Tomás Olano, quien hace las primeras negociaciones, no puede concluirlas debido a que fallece en junio del mismo año.

Así pues, la responsabilidad recae en su hijo Manuel José, quien encomienda a su hijo Fernando Olano y al abogado Luis Carlos Iragorri para que vayan a los Estados Unidos para realizar la venta de la corona. Ambos salen del puerto de Buenaventura en 1933 a bordo del barco Santa Clara con destino final Nueva York.

Ahí, después de guardada en el desparecido banco Manufacturer Hannover Trust la corona es vendida en Nueva York en junio de 1933, luego de una negociación entre la compañía Oscar Heyman & Brothers y el señor Warren J. Piper de Chicago quien compró la joya en 125.000 dólares.

Mientras tanto en Colombia…

En Popayán al percatarse de la ausencia de la corona se inicia una batalla legal entre la iglesia de Popayán, cuyo representante era monseñor Emiliano López, contra la familia Olano. En su momento, muchos miembros de esta familia no estuvieron de acuerdo con la venta de la corona, entre ellos el político y diplomático Francisco José Urrutia, quien intentó por todos los medios que no se realizara esta transacción, siendo infructuosas sus gestiones.

Monseñor López inicia este litigio junto a su representante el abogado Jorge Ulloa López, quien realizó las diligencias correspondientes ante el ministerio de Relaciones Exteriores. Después, por orden judicial se ordena la devolución de la joya para que sea remitida al Banco de la Republica en Popayán, lo cual no fue posible, ya que el sindicato de compradores de Chicago se abstuvo de recibir el dinero por el que compraron la Corona y esta se quedó en Chicago.

La Corona de los Andes

Una vez comprada la corona de la inmaculada concepción de Popayán, esta pasó a convertirse en la “Corona de los Andes”. Fue exhibida en los Estados Unidos por su dueño. Además, pasó a ser una joya tan preciada para Piper, que estuvo expuesta en eventos de la alta sociedad estadounidense e incluso como centro de mesa.

En 1995, el nieto de Piper decide vender la corona, esta es subastada en Christie’s y el gobierno colombiano al frente de la primera dama de entonces, Jacquin Strouss de Samper, se ponen a la cabeza de la compra para repatriar esta joya al país de donde nunca debió haber salido.

Esto fue imposible, ya que nuestro país no tiene un documento donde exista un inventario sobre el patrimonio material e histórico de la nación, tal como fue revelado por la revista Semana en mayo de 1995, Esto, sin contar con que su costo ya no era de 125.000 dolares sino de 3 o 4 millones de dólares, una alta cifra para ser costeada por un país en constante crisis.

Veinte años después, la famosa Corona de los Andes, una joya desconocida por la gran mayoría de los colombianos, fue adquirida por el Museo Metropolitano de Nueva York en donde actualmente es exhibida.

Y así concluye la historia de la Corona de los Andes, una corona que tiene alrededor muchos mitos, cuyas esmeraldas, especialmente una, fue entregada por el máximo Inca a Pizarro, que sobrevivió de ser desmantelada para ser parte de los recursos de las distintas guerras internas que sufrió Colombia a lo largo del siglo XIX.

La corona que el Zar Nicolás II iba a comprar para su colección en 1917, pero que no pudo ser, ya que la revolución bolchevique triunfó y este junto a los miembros de su familia fueron fusilados; esa corona que viajó en la década del 30 escondida dentro de un cubilete y que al parecer tal es el mito nunca fue descubierta.

Articulo Cortesía: Las 2 orillas

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